Esta entrada es un precioso cuento que escribió un cliente como metáfora de su proceso. Ha querido rescatarlo como aportación al árbol, pero por su longitud he creído más oportuno dedicarle una entrada. Espero que lo disfrutéis como yo lo disfruto cada vez que lo leo. Y por supuesto, muchas gracias al autor.
Había una vez un niño, que se llamaba Quique, al que le encantaban los caramelos. Le gustaba comérselos de dos mordiscos y enseguida se los tragaba y acto seguido se ponía otro en la boca. Algunas veces se ponía varios en la boca para sentir una explosión de sabor. Este modo de comer los caramelos no le saciaba en absoluto y siempre quería más.
Había caramelos que le gustaban, pero sólo durante un rato, había otros caramelos que le disgustaban y los escupía rápidamente de su boca, lo que le hacía meter la mano en la bolsa y sacar otro para ver si era de su agrado.
Fue probando de todos los sabores. Los había dulces, extradulces, ácidos, algunos de ellos también eran de almendra amarga, otros eran salados. Los que más le gustaban eran los dulces y extradulces, pero también se fue cansando de su sabor.
Quique miraba a los otros niños y niñas, a los que también les gustaban los caramelos, veía sus caras de felicidad al saborearlos y miraba sus bolsas, las envidiaba y las deseaba, y aunque éstas fuesen más pequeñas que la suya pensaba para sus adentros: “¿serán sus caramelos más ricos que los míos?”. Pero lo que no sabía era que eran mismos caramelos, comprados en la misma tienda donde los compraba él.
Al no encontrar satisfacción comprando caramelos dejó de comerlos y se dedicó a probar otras cosas, como comer pipas, chufas, helados, etc., pero añoraba los caramelos.
Un día paseando por una callejuela estrecha de un viejo barrio vio una tienda de chuches. Se llamaba “Coachuches” y entró a buscar una bolsa de pipas Facundo las mejores de este mundo.
La tienda estaba regentada por una venerable señora a punto de jubilarse que le preguntó a Quique: “Hola niño ¿qué quieres?”
Quique le respondió que quería una bolsa de pipas, por favor.
La señora le dijo “¿No te gustan los caramelos?”
Y él contestó: “Me harté de ellos, nunca encontré uno con el sabor que me gustase, comí muchos y me empaché de ellos”.
A lo que la señora dijo: “Eso será porque no has probado un caramelo especial, un caramelo mágico”.
Los ojos de Quique se abrieron como platos y pensó: “Ese caramelo tengo que probarlo, sí es mágico será súper bueno”.
“Mira Quique- dijo la señora- este caramelo es mágico y hay una forma especial de comerlo y saborearlo. Nunca deberás masticarlo y tendrá el sabor que quieras que tenga, nunca deberás escupirlo ni sacarlo de la boca si te desagrada el sabor, únicamente déjate llevar por la sensación del sabor y disfrútalo. Luego cambiará de sabor dependiendo de ti, de cómo quieras que sepa y también será el propio caramelo el que elija su sabor y tendrás que aceptarlo. Ahhh! se me olvidaba- añadió la señora- este caramelo nunca se acaba.”
Así que Quique se llevó ese caramelo especial y empezó a chuparlo y a disfrutar de su sabor. Unas veces sabía a dulce miel, otras veces a ácido limón, de vez en cuando a almendras amargas, otras veces sabía como las lágrimas.
Pasaron los días y Quique controlaba cada vez más el sabor que quería darle a ese caramelo mágico y aceptaba el sabor el caramelo deseaba tomar.
Al cabo de unos años, cuando Quique creció y empezó a llamarse Kike, sus pasos le guiaron por esa misma callejuela empedrada donde estaba aquella tienda de chuces y quiso entrar a saludar a la señora y agradecerle por el maravilloso regalo que le hizo con ese caramelo. Pero la tienda ya no estaba, en su lugar habían construido un restaurante chino. Así que metió la mano en su bolsillo y sacó el viejo caramelo mágico y se lo puso debajo de la lengua para saborear la alegría de que unos años atrás hubiera pasado por esta callejuela, también saboreó la tristeza de no encontrar a la señora para agradecerle el legado que le dio. Y finalmente se fue chupando el caramelo saboreando la paz de haber encontrado todos los gustos y por haber disfrutado de todos ellos sin tener que morderlos a bocados.
Colorín colorado este cuento se ha acabado y no comieron perdices sino algo más rico: todos los sabores de los sentimientos.